lunes, 2 de diciembre de 2013

ESE DÍA EN COYOLILLO


Por: Verónica González
De Areíto Arte Acción

Ese día iba a dar un taller y termine dando tres. Cómo paso esto,  pues muy fácil. La gente de la comunidad de Coyolillo está tan ávida de conocimiento y actividades que fue muy fácil armar tres talleres el mismo día. Uno muy formal que preparé ya desde días antes con el fin de impartirlo a niños de la comunidad y otros dos que se improvisaron en ese domingo que fui con Areito Arte Acción a Coyolillo.
Claro que hubo más actividades y experiencias que no borraré de mi corazón pues la gente de ésta comunidad es abierta y amable, pero sobre todo son maestros de solidaridad y humanidad. Sin afán de minimizar las demás experiencias me enfocaré a contarles la mía como tallerista ese día.
El primer taller lo di en la pequeña biblioteca de la casa de cultura. Sólo con el grupo de niños especiales,  les pedí que dibujaran sobre su cabeza en una hoja blanca cómo imaginaban su rostro, quede sorprendida al ver como los niños hacían su mejor esfuerzo, después entre todos,  fuimos creando la atmósfera de una historia guiada en la que con sus dedos y palmas iban creando la lluvia en un bosque. Me gustó mucho este primer acercamiento pues así pude conocerlos y darme cuenta que sus capacidades especiales realmente eran inadvertidas en comparación con su alegría, entusiasmo y sonrisas. Makame Lara también de Areíto tomó varias fotos del taller, mientras los otros colectivos en comitivas hicieron los preparativos para las actividades de la tarde. Unos preparaban la tierra para las camas reconstruir el huerto y para las semillas del taller de semilleros con botes de plástico;  y otros la comida que después compartiríamos con algunas personas de la comunidad. 
 

Llegó la hora de la comida y aunque no tan 
sustanciosa  se veía suculenta. Las madres de los niños no se quedaron atrás y llegaron con arroz, tamales y salchichas para completarla.
Después de un breve descanso nos avisaron que la gente ya estaba más que puesta esperándonos en la plaza. Llegamos e instalamos las cosas que ocuparíamos en el espacio. Varias niñas llegaron a preguntar por el taller que le tocaba a Areito Taller de autoconocimiento corporal y la danza de los cinco ritmos. No tenía muchas expectativas, pero sí mucha ansiedad de impartirlo. Antes del taller ya estaban otras actividades abiertas. Primero el taller que Fundación Valentina dio de reciclado para crear artes, collares y pulseras, todos estaban ahí. Después empezó el taller de semilleros por Sembrando Rebeldía y Miserables Libertarios donde niños y mujeres aprendían como aprovechar los botes de plástico para sembrar. Finalmente llegó la hora de mi taller, Esther Castro, Ixchel Castro, Gabo Pérez, Makame Lara, Rodrigo y Alegría (Loukaniko y los perros) me ayudaron a terminar de organizar el espacio. La noche cayó y con esto la luz disminuyó, un vecino nos prestó un foco que alcanzó a iluminar a todos los que ya estábamos preparados para empezar. Primero se acercaron unos cuantos, luego más y más y bueno el espacio ya estaba lleno.
Primero repartimos una barra de plastilina a cada niño y un pedazo de tela. Pedí a los niños que se taparan los ojos y que empezaran a hacer su cuerpo como ellos lo concebían, después todos pusieron su muñeco en una hilera en medio del espacio para que los demás los vieran. Cada cuerpo es tan diferente y lleno de posibilidades incluso en los cuerpos que para la sociedad tienen capacidades diferentes. Después comenzó la música y los niños probaron el ritmo fluido que Gabriell Roth propone en su teoría de danzaterapia los cinco ritmos, esta técnica busca reincorporarnos a los ritmos que la naturaleza marca en el universo. Cada cuerpo es un universo y en él existe la información de la naturaleza. No necesitamos ir más allá para realmente conocernos y entendernos. Los niños y nosotros bailamos al ritmo del fluido del agua, de mar de un río. La música a cargo de Jesús Alegría fue subiendo al ritmo del yembé y los cuerpos se alocaron, se desfogaron y bailamos a la luz de la luna que alumbraba Coyolillo. Finalmente un canción para moverse libremente y la rueda de fiesta se armó. Todos brincamos, gritamos y las sonrisas se dibujaron grandes y francas.
Finalmente llegó el momento de la lectura dramatizada de Zongoro Bailongo libro de cuentos del maestro Zeferino,  donde por medio de anécdotas con animales se narra el nacimiento y creación de cada uno de los instrumentos del son Jarocho. Leovigilda, Ranulfa, Zancudiermo y por solo mencionar algunos fueron interpretados por Areito Arte Acción y Loukaniko y los perros, para dar vida a ese maravilloso relato.
Ir a Coyolillo fue una experiencia genuina en mi vida y me atrevo a decir que para los demás igual, pero esto sólo es el comienzo pues ahora ya somos parte de una red, comunidad, grupo, como lo quieras llamar, de personas entre las que estamos permacultores, músicos, teatreros, malabaristas, maestras, mamás, maestras jubiladas y niños/ niñas, que tenemos como propósito seguir colaborando con muchos granitos de arena para que ésta no sea una comunidad olvidada. Es claro que nosotros no resolveremos lo que como sociedad y gobierno no se ha hecho en mucho tiempo, pero sin bandera, credo, religión ni preferencia por y para nosotros y los que estemos en el camino seguiremos adelante













P.D: −¡Jejeje!−no les conté sobre el tercer taller ese se lo debo a Feli y a Leo quienes sorprendidos por una colchonetas que nos prestaron para dar el taller se pusieron a dar machincuepas para atrás y para adelante y bueno ahí el tercer taller donde varios niños se acercaron y con mi poco conocimiento de las rodadas nos divertimos como enanos.
 




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